El gran personaje de Tamara de Lempicka
Aprendemos desde la infancia a construir un personaje
adecuado para que nos acojan en un mundo que nos recibe imponiendo condiciones.
Tamara de Lempicka aprendió pronto a mentir
para reinar en su mundo y extraer de él todo lo que se amoldara a sus
intereses.
La mentira
Tenía una necesidad
infinita de deslumbrar y desbordar, de ahí su excentricidad y extravagancia. Por supuesto, quien así se
comporta siente que no finge, que no lo hace por los demás, sino que es
especial. En el caso de Tamara así se lo hizo creer su abuela. La mentira fue la gran aliada
en su vida para ocultar cualquier rasgo de “normalidad humana” que
ensombreciera su halo de superioridad. En
la ficción del gran teatro de su vida no tenía cabida lo imperfecto. El miedo
al paso del tiempo, a la vejez la llevó a ocultar datos sobre su lugar y fecha de
nacimiento- ¿Varsovia, Moscú, San Petersburgo? Entre 1989 y 1902- y a presentar a su hija como su
hermana o negar su existencia: “No tengo hijos; Mis hijos son mis pinturas”.
Se cría en una aristocrática familia entre lujos y caprichos.
Después de la separación de sus padres algunas hipótesis afirman que su padre
se suicidó, así que, con catorce años se traslada a vivir con sus ricos
tíos a San Petersburgo. Allí se encapricha
de un atractivo y adinerado noble, Tadeusz Lempicki, con quien algún año después
se casa embarazada de su única hija.
En 1918 los bolcheviques arrestan a Tadeusz y Tamara
consigue liberarle mediante cobros sexuales por parte del cónsul sueco. La primera en la frente. Se instalan en París con la hija y sin
recursos económicos, ahí va la segunda . Tadeusz, como muchos aristócratas, se niega a rebajarse a trabajar (la tercera y para qué contar más). Tamara desesperada por la pasividad de su marido que entra en depresión,
alcoholismo y malos tratos, decide entrar a formarse en una academia de arte. En
realidad su incursión en el mundo del arte es una casualidad, no habría ocurrido
sin la Revolución Rusa ya que podrían haber continuado una vida entera de privilegios
y ocio sibarita…
Este retrato es de un bisnieto del zar Nicolas I refugiado en París que posa para la ocasión aferrado a un uniforme de un imperio que no existía ya más. Retrato también de la situación por la que pasaba la familia Lempicki. La cara lo dice todo.
Gran duque Gabriel Constantinovitch.1926 |
Y lo consiguió. En pocos años creó un estilo propio y exclusivo
basado en el clasicismo y en un cubismo suave que complace el gusto de las
clases adineradas… es el Art Decó llevado a la pintura. Una técnica en la que no había cabida para el
azar o la pincelada fuera de sitio. "Mis
pinturas están terminadas desde este pequeño rincón a este pequeño
rincón", escribió. "Todo está terminado". Era maniáticamente
perfeccionista quizá como compensación al desorden alocado de los felices años veinte, en los que el
dolor se anestesiaba con alcohol, cocaína, sexo compulsivo, mucho ruido y
carcajadas heladas. Vamos, que no ha cambiado mucho la cosa. ¿Cómo nos anestesiamos ahora?
Creo que ahora nos anestesiamos con los teléfonos móviles, jajaja.
ResponderEliminarA mí lo que más me atrajo de la exposición de Tamara fue su propio personaje; porque creo que ella se construyó asi misma como si fuera un personaje de novela o de película, que luego aprovecho para realizar una obra con "marca". Sus obras me parecen más elementos decorativos que obras de arte. Los personajes que pinta se parecen a los de las actuales revistas del corazón, a los que les aplican el fotoshop y se ven siempre jóvenes y bellos, se le supone un alma, pero no se les trasluce.